Ayer me ocurrió algo que quiero compartir con vosotros. De hecho, en el momento en el que un Guardia Civil me paró en la calle, frente a los Juzgados de San Vicente, para preguntarme si quería participar en una rueda de reconocimiento, dije que sí inmediatamente, pensando que sería una experiencia para compartir.
Tras aceptar la invitación de participar en dicha rueda de reconocimiento, los otros tres voluntarios y yo hablamos sobre la experiencia que estábamos a punto de vivir en primera persona y bromeábamos acerca de qué ocurriría en caso de que la testigo (la persona que debía reconocer al delincuente) nos señalara, por error, a alguno de nosotros.
Cuando finalmente bajamos a los calabozos del juzgado, se unió a nosotros el supuesto delincuente. Nos hicieron entrar a los cinco en una estrecha habitación blanca, con unas líneas rojas y unos números (de 1 a 5), bajo los que teníamos que situar cada uno de los participantes en la rueda, según orden establecido por un funcionario del juzgado. Nos recolocaron dos veces. La primera vez, yo era el número 2 y en el número 3 se encontraba el supuesto delincuente. En la segunda ronda de reconocimiento, me colocaron en el número 1.
Aunque uno sepa que es inocente, se pasan ciertos nervios. Estás allí expuesto a que otra persona, tras el largo y estrecho espejo que impide ver nada de lo que haya tras él, pueda decir, erróneamente, que tú eres el malhechor.
Acabó la rueda de reconocimiento y, como era de esperar, los cuatro voluntarios salimos sin problemas, mientras que el supuesto delincuente tuvo que permanecer en el juzgado.
Esa fue mi experiencia de ayer.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Sospechosos Habituales
3:26
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